Crisis educativas y emergencias sociales. Desafíos para la construcción de futuros comunes
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Michael Apple señalaba en su libro “¿Puede la educación cambiar la sociedad?” (sugerente título no?), lo siguiente (cito): “Sería muy erróneo considerar a las escuelas como distintas de la «sociedad». Como lugares de trabajo remunerado, son partes integrantes de la economía. Como lugares de trabajo diferenciados, reconstituyen (y a veces desafían) las jerarquías de clase, género, raza y «capacidad». Como instituciones que históricamente han servido como motores de movilidad de clase”. Entonces, bajo la lúcida mirada de Apple, no existe una barrera clara entre la educación y la sociedad, sino que se trata de un sistema (vital para la humanidad) que da soporte a la vida social. A partir de ello, para abordar los problemas educativos, no podemos hacer otra cosa que intentar comprender los problemas sociales, y abordarlos de forma conjunta.Más aún, Apple señala cómo en zonas de guerra, como lo fue Sarajevo, o como puede ocurrir hoy en Gaza o el Líbano, las personas seguían levantando escuelas para sus hijos a fin de mantener su pasado vivo y construir un futuro mejor. Miembros de la comunidad, activistas, maestros, estudiantes y muchos más se movilizarán y sacrificarán colectivamente para crear instituciones educacionales sensibles, incluso en condiciones destructivas y desastrosas. Una vez más, aquí hay una palabra clave: colectivamente. En el caso de Chile, nuestras crisis sociales se anclan en un sistema de acumulación que, al igual que es capaz de erigir rascacielos en Sanhattan, y elevar el nivel de vida de ciertos barrios a niveles de países de primer mundo, su sombra parece alargarse por un vasto y extenso territorio, tal como sucede durante el ocaso, cuando las sombras de los rascacielos se alargan hasta lo impensado. Según Apple, se podría resistir el ataque del neoliberalismo a partir de las identidades colectivas y a las experiencias educativas arraigadas en la defensa y recreación de tales identidades. El problema sería entonces definir quiénes somos (como país, como comunidades, o pueblos), o más aún, quienes queremos ser.Al parecer, responder una pregunta de ese calibre puede desorientar hasta al más experimentado paciente de una buena psicoterapia. Ello podría ejemplificar cómo el arduo debate se desarrolló en el caso de la educación en el reciente debate constitucional, motivado por lo que conocimos como un "estallido social", o para algunos, "la revuelta social", proceso que si bien no resulto del todo fructífero en términos políticos, nos permitió constatar el potencial y la magnitud de las crisis sociales que han ido gestando en nuestro modelo de desarrollo económico, territorial y educativo.